-Al magno capítulo siete que sigue liberando pájaros en mi cabeza-
Escuché el silencio cuando me poblaba como la mismísima sangre. En pesadez moraban los cuerpos -respiraban hondamente- y los párpados aún se amaban inseparables.
Difusos, azules: los recientes sonidos de las aceras y sus dominios desembocaban tibiamente en nuestra almohada; orugas urbanas cubiertas por una brizna de aurora que bajan suavemente hasta el cementerio del oído; ahí mudan en mariposas somnolentes que vuelan cuerpo adentro hasta perderse en el sosiego.
Inhalo y exhalo las míseras partículas de luz; de vez en vez la mezquindad puede ser un deleite. Y ágilmente -como ballena en arena- doy vuelta sobre mí. Sin susurro, sin aliento; cargando con mi carne hecha piedra. Por instantes me aturdo al sentir otro cuerpo: una mano que duerme. Poco a poco me retiro, no quiero amedrentar su calma.
-En el lecho abstemio de cicatrices, descansas como la reina de mis delirios, sumida en un subsuelo tan profundo como la muerte-.
Cual tortuga, mezclo mi entrepierna de canela con tus muslos de manzana. Apenas te percatas -haces como si nada-. Los poros siguen su ritual de saludo. Quieres descifrar mis propósitos y sus deslices.
Mis dedos desembocan en tu cintura –donde siempre han pertenecido- igual que mi boca a tus costas. Ellos: creados siempre juntos, se embelesan entre vaivenes; como mi lengua vagabunda en tu aureola crispada. Tu pubis y el mío -siempre uno- creados juntos; como tu lengua y mis labios; sístole y diástole; brazos y piernas: extremidades trashumantes que oscilan en los cuerpos como espejo. Fuimos, somos y seremos liados; antónimos perpetuos del frío.
Palpo tu desnudo y tibio vientre. Arrastro mis huesos a tu cadera. Paseas la nariz en mi cuerpo cercano, se huelen las pieles. Juntos hemos fundado un nuevo olor ésta mañana. Te abrazo -no te lo digo- ya sabes que amanece; nuestra fragancia es armonía; paz y reposo.
Quebramos los segundos como irreverencias en las ventanas del tiempo; hicimos de la temporalidad un arrumaco; de los ojos un embudo. Total, nuestros cuerpos concuerdan ¡vale la pena interrumpir el agasajo del sueño con otra fiesta! y mi oreja -de esto- es y será, el más presencial de los testigos.