viernes, noviembre 06, 2009

Siete y medio de Rayuela


-Al magno capítulo siete que sigue liberando pájaros en mi cabeza-


Escuché el silencio cuando me poblaba como la mismísima sangre. En pesadez moraban los cuerpos -respiraban hondamente- y los párpados aún se amaban inseparables.

Difusos, azules: los recientes sonidos de las aceras y sus dominios desembocaban tibiamente en nuestra almohada; orugas urbanas cubiertas por una brizna de aurora que bajan suavemente hasta el cementerio del oído; ahí mudan en mariposas somnolentes que vuelan cuerpo adentro hasta perderse en el sosiego.

Inhalo y exhalo las míseras partículas de luz; de vez en vez la mezquindad puede ser un deleite. Y ágilmente -como ballena en arena- doy vuelta sobre mí. Sin susurro, sin aliento; cargando con mi carne hecha piedra. Por instantes me aturdo al sentir otro cuerpo: una mano que duerme. Poco a poco me retiro, no quiero amedrentar su calma.

-En el lecho abstemio de cicatrices, descansas como la reina de mis delirios, sumida en un subsuelo tan profundo como la muerte-.

Cual tortuga, mezclo mi entrepierna de canela con tus muslos de manzana. Apenas te percatas -haces como si nada-. Los poros siguen su ritual de saludo. Quieres descifrar mis propósitos y sus deslices.

Mis dedos desembocan en tu cintura –donde siempre han pertenecido- igual que mi boca a tus costas. Ellos: creados siempre juntos, se embelesan entre vaivenes; como mi lengua vagabunda en tu aureola crispada. Tu pubis y el mío -siempre uno- creados juntos; como tu lengua y mis labios; sístole y diástole; brazos y piernas: extremidades trashumantes que oscilan en los cuerpos como espejo. Fuimos, somos y seremos liados; antónimos perpetuos del frío.

Palpo tu desnudo y tibio vientre. Arrastro mis huesos a tu cadera. Paseas la nariz en mi cuerpo cercano, se huelen las pieles. Juntos hemos fundado un nuevo olor ésta mañana. Te abrazo -no te lo digo- ya sabes que amanece; nuestra fragancia es armonía; paz y reposo.

Quebramos los segundos como irreverencias en las ventanas del tiempo; hicimos de la temporalidad un arrumaco; de los ojos un embudo. Total, nuestros cuerpos concuerdan ¡vale la pena interrumpir el agasajo del sueño con otra fiesta! y mi oreja -de esto- es y será, el más presencial de los testigos.

3 comentarios:

Katalina Fonseca dijo...

"Ahora que nos quedamos en la cama,
Lunes, martes y fiestas de guardar,
Ahora que no me acuerdo del pijama..." JQS

Hermoso que decir de piernas entrelazadas; me encantó la trama de esta historia tan llena de pasión y suavidad

Saludos

Ameyal dijo...

Maravilloso homenaje al maestro Cortázar... este texto, igual que "el magno capítulo siete" se lee conteniendo la respiración, saboreando cada palabra, alternándola con el elíxir del vino o, lo que es mejor, en un susurro al oído de aquella persona con la que "esa instantánea muerte es bella".

Con tanta belleza, te perdono la tardanza.

Anónimo dijo...

Palabras que se comen como manos la historia de unos cuerpos a la interperie... Mágnifico!!!

JangoDeMarte
(antes Laplaga)